Vitamina D: un pilar esencial para la salud

 

degeneración

La sal es uno de los aditivos alimentarios más antiguos utilizados por la humanidad. Originalmente, se utilizaba como ingrediente básico para conservar la carne o el pescado. Hoy en día, se considera un ingrediente esencial en la cocina, para realzar el sabor de nuestros alimentos. Sin embargo, también se encuentra en grandes cantidades en los productos alimentarios procesados, lo que lleva a un consumo de sal muy superior a nuestras necesidades.

Hoy en día, el adulto medio consume entre 9 y 12 g de sal al día, lo que supone el doble de la cantidad recomendada por la OMS, que es de 5 g al día.

Aunque la sal es un elemento esencial para el buen funcionamiento de nuestro organismo, un exceso de sal puede tener consecuencias nefastas para nuestra salud y, en particular, provocar enfermedades cardiovasculares.

En este artículo encontrará consejos y sugerencias para controlar mejor su consumo de sal.

El papel de la sal en nuestro organismo

La sal se compone principalmente de cloruro de sodio. El sodio desempeña un papel clave en el mantenimiento del equilibrio hídrico del organismo, es decir, el equilibrio entre la sal y el agua. Junto con el potasio, contribuye a mantener los niveles normales de agua entre el interior y el exterior de las células, para que éstas estén correctamente hidratadas.

Este equilibrio es esencial para las transmisiones nerviosas y las contracciones musculares, pero también para la absorción intestinal de cloro, aminoácidos, glucosa y agua, y en la reabsorción renal.

La cantidad de sodio en el cuerpo también afecta al volumen sanguíneo, es decir, a la cantidad de líquido en la sangre, y ayuda a regular los niveles de presión arterial.

Las necesidades de sodio son difíciles de determinar, pero se estima que se sitúan entre 500 mg y 1 g al día para un adulto, es decir, entre ¼ y 1/2 cucharadita de sal, para garantizar el correcto funcionamiento del organismo. 

La carencia de sodio puede desencadenar la aparición de ciertos trastornos, como agotamiento muscular, deshidratación o pérdida de apetito, y en casos graves incluso la aparición de edema cerebral, que provoca malestar, náuseas, pérdida de conciencia y convulsiones. Sin embargo, el riesgo de carencia sigue siendo muy bajo hoy en día porque, como veremos más adelante, la sal se encuentra en una gran variedad de alimentos y solemos consumirla en cantidades excesivas.

Los riesgos del consumo excesivo de sal

El consumo excesivo de sal no está exento de consecuencias para nuestra salud.

Desde hace algunos años, la OMS advierte de que “el sodio, un nutriente esencial, aumenta el riesgo de cardiopatías, incluido el ictus, y de muerte prematura cuando se consume en exceso”.

En efecto, el consumo excesivo de sal puede poner al organismo en riesgo de sufrir un infarto, pero también otros problemas de salud. Según la OMS, el exceso de sodio en el organismo es el principal factor de riesgo de muerte relacionado con la dieta y la nutrición.

Un exceso de sal en el organismo aumenta la tensión arterial a cualquier edad, lo que incrementa el riesgo de enfermedades cardiovasculares, ictus e infarto de miocardio. Pero también pueden aparecer otros trastornos corporales o agravarse patologías como

retención de líquidos, que provoca hinchazón de partes del cuerpo como la cara, las manos y las piernas

fatiga renal, que reduce la capacidad de los riñones para filtrar los residuos tóxicos del organismo y provoca la aparición de cálculos renales

osteoporosis, ya que la sal provoca una mayor eliminación de calcio a través de la orina, lo que afecta a la densidad ósea y favorece las fracturas

desequilibrio de la microbiota intestinal, que puede provocar obesidad y enfermedades autoinmunes

problemas cutáneos como celulitis, acné o envejecimiento prematuro de la piel

Recomendaciones para reducir el consumo diario de sal

1. Limite la cantidad de sal que añade a sus alimentos

Para reducir el consumo de sal, no añada demasiada sal al agua de cocción y ponga poca sal en los alimentos. Evite también poner el salero en la mesa y pruebe siempre la comida antes de añadir sal.

La sal es un sabor al que nuestras papilas gustativas están acostumbradas. Al reducir el uso de sal en sus platos, al principio sentirá que la comida no tiene sabor. Pero sus papilas gustativas se acostumbrarán poco a poco y descubrirá que la ausencia de sal le permitirá disfrutar más de la comida y la encontrará más sabrosa.

Para obtener resultados eficaces, es aconsejable reducir gradualmente la cantidad de sal consumida. Y para realzar el sabor de sus platos, piense en utilizar ajo, chalotas, especias, hierbas aromáticas o cítricos como naranjas o limones. Darán un toque especial a sus platos y le ayudarán a acostumbrarse más rápidamente a la ausencia de sal.

2. Cuidado con las sales ocultas

La sal que añadimos a los alimentos al cocinarlos o comerlos, llamada “sal visible”, representa sólo una pequeña parte de la sal que consumimos (un 20% como máximo). La mayor parte, alrededor del 80%, procede de alimentos naturalmente salados (aguas minerales, pescados y mariscos, etc.), pero sobre todo de los productos transformados que consumimos. De hecho, los alimentos fabricados por la industria alimentaria o preparados fuera de ella (restaurantes, comedores, etc.) contienen muy a menudo sal añadida en cantidades demasiado elevadas. Es lo que se conoce como “sal oculta”.

Se encuentra sobre todo en embutidos, quesos, galletas, patatas fritas y otros aperitivos, pero también en platos precocinados, pizzas, pan, bollería, sopas y ciertos condimentos como el ketchup, la mostaza y la salsa de soja.

Limitar el consumo de estos alimentos es esencial para controlar la ingesta de sal. Por tanto, prefiera la cocina casera a base de productos frescos y no procesados, y limite en la medida de lo posible sus comidas fuera de casa (restaurantes, cafeterías, comedores, etc.).

3. Lea y compare las etiquetas

 

Los alimentos con más sal no siempre son los más salados desde el punto de vista del sabor. Otros ingredientes, como los azúcares, enmascaran el sabor de la sal. Por eso es importante leer las etiquetas de los envases para conocer el contenido en sal.

En los envases, la sal puede denominarse “sal”, “sodio” o “cloruro sódico”. Para que te hagas una idea, 1 gramo de sal equivale a unos 400 miligramos de sodio. Cuando compruebe las etiquetas, tenga en cuenta que los productos que contienen más de 1,5 gramos de sal por cada 100 gramos de alimento se consideran ricos en sal.

Esto facilita la comparación de productos y la elección de aquellos con menor contenido en sal.

4. Acostumbre a sus hijos a comer alimentos bajos en sal

 

Como los buenos hábitos alimentarios se aprenden a una edad temprana, acostumbre a sus hijos a comer alimentos bajos en sal. Así conocerán los distintos sabores de los alimentos y aprenderán a apreciar la variedad de sabores.

Aconséjeles también que prueben siempre antes de añadir sal, para evitar comer demasiada. Este sencillo gesto se convertirá más adelante en un reflejo.

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Vitamina D

Con la llegada de las estaciones más frías y menos soleadas, la cuestión de la vitamina D vuelve a ser protagonista. Y con razón: esta vitamina, a menudo denominada «vitamina del sol», desempeña un papel esencial en el mantenimiento de nuestra vitalidad general. Más allá de la simple salud ósea, contribuye al equilibrio de nuestro sistema inmunitario, nuestro estado de ánimo y nuestra energía, pero también a numerosas funciones metabólicas más discretas.

Sin embargo, a pesar de su importancia, gran parte de la población presenta una carencia de vitamina D, a veces sin siquiera saberlo.

En este artículo, le invito a descubrir por qué la vitamina D es tan valiosa, las razones por las que a menudo tenemos carencias y cómo reforzarla de forma natural en el día a día.

¿Cuál es la función de la vitamina D en el organismo?

La vitamina D actúa como un auténtico director de orquesta en nuestro organismo. Interviene en numerosos procesos fisiológicos esenciales para el equilibrio general del cuerpo.

Salud ósea y mineral

La vitamina D facilita la asimilación del calcio y el fósforo en el intestino, lo que permite su correcta fijación en los huesos y los dientes. Esta función de mediador mineral es indispensable para mantener una estructura ósea sólida y prevenir la desmineralización. Un déficit, incluso moderado, puede debilitar la masa ósea y favorecer trastornos como la osteopenia o la osteoporosis.

Apoyo al sistema inmunitario

También interviene en la modulación de la respuesta inmunitaria. Al activar ciertas células de defensa, la vitamina D ayuda al organismo a reaccionar mejor frente a los agentes infecciosos y a regular los fenómenos inflamatorios. Un aporte suficiente contribuye así a una mayor resistencia, especialmente durante los periodos de menor insolación, en los que las defensas naturales suelen estar más solicitadas.

Equilibrio emocional y vitalidad

La vitamina D también contribuye a la estabilidad emocional y al control del tono general. Influye en la síntesis de ciertos neurotransmisores implicados en la regulación del estado de ánimo, como la serotonina. Por lo tanto, un nivel insuficiente puede manifestarse en forma de bajón anímico, falta de energía o trastornos del sueño, especialmente durante la temporada invernal.

Funciones metabólicas y hormonales

Por último, la vitamina D actúa sobre varios ejes metabólicos: interviene en la regulación hormonal, la función muscular, la salud cardiovascular y el metabolismo de la glucosa. Estas múltiples interacciones explican por qué un buen equilibrio de vitamina D contribuye al mantenimiento del funcionamiento armonioso del organismo en su conjunto.

¿Por qué nuestras necesidades de vitamina D a menudo no se cubren adecuadamente?

A pesar de su importancia, gran parte de la población presenta niveles de vitamina D inferiores a los recomendados. Varios factores, relacionados con nuestro estilo de vida y nuestras particularidades individuales, explican esta situación, que se ha convertido en algo muy habitual.

Vitamina D

El estilo de vida moderno

 Nuestros hábitos actuales limitan considerablemente nuestra exposición natural al sol, la principal fuente de síntesis de vitamina D. Entre el trabajo en interiores, los transportes, las actividades de ocio sedentarias y el uso prolongado de pantallas, la piel rara vez se expone durante el tiempo suficiente a la luz directa.

La influencia de las estaciones y la latitud

La producción cutánea depende en gran medida de la época del año y de la zona geográfica. En determinadas latitudes, entre octubre y marzo, los rayos del sol son demasiado oblicuos para permitir una síntesis eficaz. Cuanto más lejos se vive del ecuador, más se alarga este periodo de «pausa solar», lo que explica la frecuente disminución de los niveles de vitamina D al final del invierno.

Las particularidades individuales

Algunos perfiles presentan mayores necesidades o una síntesis más débil:

  • las personas mayores, cuya piel produce menos vitamina D;
  • las mujeres embarazadas o en periodo de lactancia, cuyas necesidades aumentan;
  • las personas de piel oscura, ya que la melanina actúa como un filtro natural de los rayos UV;
  • las personas que padecen trastornos digestivos (malabsorción, enfermedad celíaca, enfermedad de Crohn, etc.);
  • Las personas con sobrepeso o diabetes, ya que la vitamina D es liposoluble y puede «almacenarse» en los tejidos adiposos.
  • Las personas con insuficiencia renal, que limita la conversión de la vitamina D en su forma activa.

 

¿Cómo mantener de forma natural los niveles de vitamina D?

Vitamina D

A pesar de su importancia, gran parte de la población presenta niveles de vitamina D inferiores a los recomendados. Varios factores, relacionados con nuestro estilo de vida y nuestras particularidades individuales, explican esta situación, que se ha convertido en algo muy habitual.

Exponerse al sol de forma razonable

La principal fuente de vitamina D sigue siendo la síntesis cutánea bajo el efecto de los rayos UVB. Una exposición de entre 15 y 30 minutos al día, con los brazos y la cara descubiertos, suele ser suficiente en primavera y verano. Lo ideal es aprovechar las horas de mayor luminosidad (entre las 11:00 y las 15:00), evitando al mismo tiempo la exposición prolongada, que daña la piel.

Apostar por una alimentación adecuada

En cuanto a la alimentación, las fuentes naturales de vitamina D son relativamente escasas. Sin embargo, siguen siendo un valioso apoyo.

Se encuentra en los pescados grasos (salmón, caballa, sardinas, arenques), el hígado de bacalao, la yema de huevo, algunas setas y los productos enriquecidos. Combinar estos alimentos con fuentes de grasas buenas (aceite de oliva, nueces, aguacate) favorece una mejor asimilación.

Considerar una suplementación razonada

Cuando la exposición al sol y la alimentación ya no son suficientes, puede estar indicada una suplementación, especialmente en otoño-invierno o según los resultados de un análisis de sangre.

Se recomienda dar prioridad a la forma de vitamina D3, más biodisponible que la D2, idealmente de origen natural (vegetal o procedente de la lanolina). Para optimizar su asimilación, resulta especialmente interesante la suplementación conjunta con magnesio y vitamina K2: el magnesio favorece la conversión activa de la vitamina D, mientras que la K2 dirige el calcio hacia los huesos en lugar de hacia los tejidos blandos.

Por último, un análisis de sangre periódico permite ajustar la dosis según las necesidades individuales, ya que tampoco es deseable una suplementación excesiva.

Por lo tanto, la vitamina D desempeña un papel esencial en el equilibrio general de nuestro organismo.

Entonces, ¿por qué no empezar hoy mismo a evaluar su ingesta, ajustar su rutina y hacer de esta vitamina un verdadero aliado para la salud en el día a día?

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